domingo, 18 de mayo de 2025

La política del grito: agresividad en campaña y su impacto en la democracia



En un clima electoral cada vez más crispado, los candidatos priorizan la descalificación del adversario por sobre el debate de ideas. La campaña legislativa en CABA expone una política convertida en espectáculo de confrontación, donde la agresividad sustituye al contenido y el daño a la democracia se profundiza.




Por Gustavo Restivo

Las campañas electorales deberían ser un ejercicio de pedagogía cívica: una oportunidad para que los partidos expongan sus propuestas, contrasten modelos y seduzcan al electorado con ideas. Sin embargo, lo que se ha visto en el desarrollo de las elecciones legislativas en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) dista mucho de ese ideal. La política se ha tornado un espectáculo de agravios, una contienda verbal donde el insulto vale más que el argumento, y el ataque personal parece tener más peso que un proyecto legislativo.

No se trata de un fenómeno aislado ni exclusivo del escenario porteño. Pero CABA, por su peso político y mediático, funciona como una caja de resonancia. Allí, las campañas han alcanzado niveles alarmantes de virulencia discursiva. Candidatos que se interrumpen a gritos en los debates, militantes que viralizan campañas sucias, dirigentes que se dedican más a deslegitimar al adversario que a explicar qué harán si son electos. En esa lógica, la agresividad ya no es una herramienta ocasional: es una estrategia de campaña.


La pregunta que surge es inevitable: ¿Qué intentan vendernos los partidos con esta forma de hacer política? La respuesta es inquietante. En vez de propuestas, nos ofrecen enemigos. En lugar de un horizonte de futuro, apelan al resentimiento inmediato. El electorado, convertido en audiencia, es empujado a tomar partido en una pelea más emocional que racional. Se nos convoca, no a decidir entre proyectos, sino a elegir de qué lado de la grieta queremos estar.

Este clima afecta profundamente la calidad del debate público. La discusión de fondo sobre temas urgentes —educación, vivienda, salud, seguridad, empleo— queda sepultada bajo una avalancha de chicanas, ironías, videos editados y frases incendiarias. La política deja de ser un medio para transformar la realidad y se convierte en una guerra de relatos cuyo único fin parece ser la destrucción del otro.


Pero hay un daño aún más profundo: la erosión de la confianza ciudadana. Cuando la política se presenta como un ring permanente, muchos optan por bajarse del juego. El desencanto, la apatía y la desafección crecen. La democracia pierde músculo cuando el ciudadano ya no cree en sus representantes ni en la posibilidad de que algo cambie a través del voto.

Los partidos deben hacerse cargo. No alcanza con responsabilizar a "la grieta" como si fuera un fenómeno meteorológico inevitable. Cada candidato, cada espacio, cada estratega elige el tono de su campaña. Y si eligen el camino de la agresión, también son responsables por las consecuencias.

Es hora de reclamar otro tipo de política: una que no necesite del escándalo para llamar la atención, que recupere la dignidad del debate, que valore más una propuesta coherente que un zócalo televisivo viral. Porque si la agresividad se convierte en la norma, lo que se degrada no es solo la campaña: es la democracia misma.



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1 comentario:

  1. Me parece que la gente está tan mal Q no busca lo bueno y durarero si no Q busca quién ase más daño al albersario político

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