Por Redacción Especial| Reporte Cba
El 24 de mayo de 1810 suele pasar desapercibido entre los grandes hitos de la Semana de Mayo, eclipsado por el luminoso 25. Sin embargo, ese jueves fue decisivo: marcó el fracaso de una estrategia conservadora y reveló la maduración política del pueblo porteño, que ya no aceptaba soluciones de compromiso ni componendas con el viejo régimen.
Contexto: el derrumbe de la legitimidad virreinal
El Virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros había quedado en una posición insostenible. Las noticias de la caída de la Junta de Sevilla –último bastión de la autoridad española en la península– habían erosionado su legitimidad. Ya no podía sostenerse en nombre del rey Fernando VII, cautivo en Francia. En ese vacío de poder, el Cabildo convocó a un cabildo abierto el 22 de mayo, donde se discutió el futuro del gobierno local. La conclusión fue clara: el virrey debía ser removido.
Pero la elite del Cabildo intentó una jugada intermedia. El 24 de mayo, bajo presión, se anunció la formación de una Junta de Gobierno... presidida por el mismo Cisneros. Una solución engañosa, que en los hechos buscaba conservar el viejo orden bajo nuevos ropajes.
Reacción popular: el rechazo a los disfraces del poder
Lo que siguió fue un estallido de indignación. La Plaza Mayor –hoy Plaza de Mayo– se llenó de voces airadas. La maniobra fue leída como una traición a la voluntad expresada por el pueblo días antes. Los líderes revolucionarios, como Saavedra, Belgrano y Castelli, no dudaron en expresar su disconformidad. El rumor creció, y el mensaje fue contundente: "El pueblo no quiere más al virrey, ni con disfraz".
Aquel día se rompió una barrera simbólica. Ya no bastaba con que el poder cambiara de forma; se exigía un cambio de fondo. El pueblo no pedía sólo nuevas caras, sino una nueva legitimidad basada en la soberanía popular.
Tres enfoques del 24 de mayo desde la historiografía
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Desde la historia política, el 24 de mayo representa el fracaso de la monarquía moderada criolla: un intento de mantener continuidad institucional sin romper formalmente con la Corona. Pero ese modelo fue superado por la dinámica social: la presión popular desbordó los límites que los sectores más conservadores intentaban imponer.
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Desde el enfoque social, se destaca la movilización ciudadana. No fue un grupo aislado de ilustrados el que empujó el cambio. Fue una amplia masa de vecinos, comerciantes, milicianos, incluso afrodescendientes y mestizos, quienes expresaron su rechazo a Cisneros. La revolución comenzaba a democratizarse.
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Desde la óptica institucional, el hecho mostró que ya no bastaba la formalidad legal para sostener un gobierno. La legitimidad empezaba a medirse por el consentimiento popular. La autoridad virreinal, aunque legalmente vigente, había perdido su raíz de legitimidad.
Un punto de no retorno
La noche del 24 fue turbulenta. Los revolucionarios presionaron, el pueblo se mantuvo firme y, finalmente, Cisneros renunció a la presidencia de la Junta. Así, el 25 de mayo amanecería con una nueva realidad: nacía la Primera Junta de Gobierno, sin virrey, con representantes elegidos por los criollos. Una ruptura en los hechos, aunque todavía no en el discurso formal.
El 24 de mayo fue, entonces, el umbral. Un día en el que se intentó cerrar el paso a la revolución con maquillaje político, pero el pueblo ya no aceptaba máscaras. Exigía verdad, participación y ruptura.
Hoy, a más de dos siglos de aquel momento, conviene recordarlo no como una fecha menor, sino como el día en que el pueblo dijo “no” y empujó la historia hacia adelante.
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