Por Gustavo Restivo
Siempre me llamó la atención el silencio en política. No solo lo que se dice en una entrevista o un discurso, sino lo que se deja de decir. Lo que se esquiva, se omite, se guarda. Tal vez porque, como me pasa a veces, tengo una idea algo romántica —quizás sofista— de la política, en la que la palabra y el silencio son parte del mismo juego de poder. Por eso me atrapó el ensayo El silencio político, de Cristina Francisco López. Un texto profundo y bien argumentado que pone el foco en un tema poco tratado: cómo el silencio funciona como una herramienta clave en el juego político actual.
López toma una idea del filósofo Luis Villoro: que el silencio no es solo ausencia de palabra, sino una forma de decir sin hablar. Un lenguaje en sí mismo. En política, eso puede ser una táctica muy poderosa. Callar también es decidir, también es tomar posición.
Vivimos en una época saturada de información, opiniones y declaraciones. Todo se comenta, todo se discute, todo se grita en las redes. Sin embargo, el silencio persiste. Y en muchos casos, se vuelve más eficaz que cualquier discurso. Porque lo que no se dice también comunica. A veces más fuerte.
El ensayo recorre varias formas en que el silencio aparece en política: desde la censura directa —lo que el poder prohíbe decir— hasta la autocensura, cuando alguien decide no hablar por miedo a las consecuencias. Y también está el silencio estratégico: ese que busca protegerse, evitar un error o simplemente dejar que otros se desgasten hablando. Cristina López advierte que la política moderna no gira ya tanto en torno a la verdad como a lo que parece verdad. Es la era de la posverdad, donde lo emocional pesa más que los hechos. En ese escenario, callar se vuelve una herramienta valiosa.
Un ejemplo claro es cuando un político, frente a un tema delicado, decide no hablar. No porque no tenga opinión, sino porque cualquier palabra puede volverse en su contra. En un mundo donde todo se graba, se comparte y se edita, el silencio puede ser más seguro que cualquier frase bien construida.
La autora también relaciona el silencio con la exclusión. Muchas veces, lo que no se dice es lo que se quiere borrar: las voces de las minorías, los temas tabú, las historias incómodas. La política ha usado siempre el silencio como forma de borrar al otro. Pero también, recuerda López, el silencio puede ser resistencia. Muchas luchas empezaron como un murmullo, como un grito callado que fue creciendo hasta hacerse escuchar.
En un tramo muy claro, la autora señala que el silencio puede ser una forma de respeto —como en un funeral—, pero también puede usarse para ocultar verdades, para manipular o para imponer una sola versión de los hechos. Y en este punto, no podemos dejar de hablar de las redes sociales, ese espacio donde todo se dice sin filtro. Allí, el silencio puede ser una forma de cuidado, una pausa necesaria frente al ruido, la violencia verbal o la fake news.
Al final, el ensayo deja una idea potente: que el silencio también forma parte del discurso político. Que no todo está en las palabras dichas, sino también en lo que se elige callar. Y que aprender a leer esos silencios —entender por qué se calla, qué se evita decir y qué significa eso— es una herramienta clave para pensar mejor nuestra democracia.
En tiempos donde todos hablan, el que sabe cuándo callar tiene una ventaja. Quizás sea hora de dejar de temerle al silencio y empezar a escucharlo de verdad.
Excelente publicación!!!
ResponderEliminarMuchas Gracias...
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